jueves, agosto 31, 2006

Viernes

Por fin es viernes pensó al despertar, las carátulas de los periódicos decían lo mismo, y en la televisión, cuando la prendió, los comentaristas lo anunciaban con algarabía. Dio el salto que lo sacó de la cama. Miró la calle por su ventana. Eran casi las doce de un caluroso día de verano. El sol quemaba a los transeúntes y a las combis. Los ambulantes ya habían tomado sus posiciones y todos parecían gritar. El smok seguía pegado en las paredes de los edificios.
Se sirvió un vaso de agua y se sentó frente al televisor. Los periodistas movían la boca articulando palabras incoherentes. El perro que había recogido de la calle estaba acostumbrado a no hacer ruido, y lo miraba sentado frente a su plato de comida sin decir nada. Su vida se reducía a estar quieto en su rincón. Si le pasaba lo que al personaje de aquella película, que se despertaba cada mañana en un mismo día, a lo mejor ni se daba cuenta.
Cogió su polo y unas monedas. No le daba pena ponerse el mismo polo todos los días. Prolongó la anguria de fumarse el primer troncho de la mañana y salió a la calle bajando las escaleras de dos en dos. Algo le carcomía todavía más el alma. Una vez en la calle el sol le dio una bofetada limpia. Achinó los ojos y continuó caminando. El sol le empezó a quemar la piel. El aire seco de la calle no ayudaba.
Se detuvo en el primer teléfono público que encontró. Metió una moneda. Le echó un vistazo a la portada de un periódico exhibido en el quiosco de la esquina. Un ex presidente se burlaba del país en el exilio. Otro causaba la guerra en el medio oriente. Los limeños disfrutaban del calor en la playa. Ella contestó. Dijo:
- Hola, bebé…
Sonrió. El sol amarillo siguió quemando la ciudad como si se tratara de una sartén. Las combis seguían pasando raudas por la calle. Los cobradores hacían bulla. Era una ciudad caótica, desordenada, cancerígena. Ya estaban acostumbrados a vivir así. Era su ciudad. No se imaginaban viviendo en otro lugar. Un famoso adicto a la pasta básica pedía limosna a cambio de pasar un trapo sucio por el parabrisas de los carros.
Hablaron de las cosas. Quedaron en verse más tarde. ¿Alcohol? ¿Drogas? Por qué no. Ella era mayor que él por siete años, ¿pero qué importaba? Ella solía salir con un buscapleitos. Tal vez podría llevarlo también. Todos juntos cantarían alguna cumbia de moda. El tipo tenía antecedentes. Alguna vez le había cortado la cara a un tipo con una gillette. Pero eso qué importaba.
Llegó a eso de las seis de la tarde. El día se había pasado como el humo de la marihuana saliendo por su ventana. La televisión estaba prendida y el equipo también. Sonaba algo de Sumo. Ella entró sola con un polo blanco. Era agraciada a su manera. Tenía una teta ligeramente más grande que la otra. Trajo alcohol y un poco más de droga. Se sentaron en la cama a conversar. Por la ventana se veía el crepúsculo. Se podía ver el humo de los carros ascendiendo como parte de la atmósfera. Las nubes eran rojas. Se lograba ver la vía expresa a lo lejos.
Ella habló. Mezclaron el trago con una gaseosa sin gas. Se dedicaron a beber. Fumaron más y le tiraron el humo al perro. Ella siguió hablando de sus cosas. Le gustaba Sendero Luminoso, investigaba sobre eso. Pasaba el resto del tiempo entrevistando escritores. Caminaba bastante de un lado a otro hasta cansarse.
- Por fin es viernes -dijo él.
Se había hecho de noche rápido. La sombra había caído sobre la ciudad. A ella le gustaban los chicos porque le gustaba la melancolía propia de los adolescentes. Al menos eso solía decir. También porque a los chicos se les puede engañar fácilmente. A un chico le puedes decir cualquier cosa. Después de todo son sólo chicos. De diecinueve, veinte, veintiún años. No es que ella fuera tan vieja. Nada más le gustaban los chicos.
- ¿Y eso qué tiene? -le respondió ella, después de un rato.
- Es viernes. Algo tiene que pasar.
- ¿Y los sábados?
- Es distinto.
Él seguía con el mismo polo de cuando se despertó. Era azul marino. Ahora estaba desteñido. Tenía el símbolo de paz y amor invertido. Se le veía más bien rojo. Ella tenía un polo blanco y un pantalón jean largo, acampanado.
- ¿Por qué debe ser distinto?
- No lo sé, nada más me desperté así. Sé que todos los días son la misma mierda, pero pensé que hoy sería distinto…
Se quedaron callados. Habían apagado el televisor y el equipo. Todavía se podía ver algo del crepúsculo, a lo lejos, y afuera los autos empezaban a pasar con las luces encendidas. Los postes también se hicieron presentes después de un rato. Empezó a ser de noche oficialmente.
- El otro viernes fue asqueroso, me dormí a eso de las dos de la tarde y cuando me desperté estaba molesto por todo...
- Es que eres un bebé.
- Y entonces pensé que tal vez hoy tenía que ser distinto, y me propuse…
- ¿Qué?
- No sé, cambiar…
Ella empezó a reírse. Él se dio cuenta que era una estupidez. Se molestó consigo mismo al haberlo hecho todo tan mal. Volver a empezar no era una opción. Después de todo, ¿con quién estaba hablando? Tal vez ella no era la respuesta a todas sus preguntas. Lo había hecho todo mal, tan mal. Se encogió en sí mismo. Ella seguía tendida en la cama, fumando un cigarro y botando el humo hacia el techo.
Aquello que estaba afuera no era una opción. Era parte de ellos mismos. Estando ahí sentados, junto a la ventana, participaban indirectamente de un cuadro estremecedor. Alguien era chocado por una combi, no muy lejos de ahí, y caía a la pista botando sangre por la boca, con los ojos abiertos, temblando. Mientras tanto, en otra parte, los vendedores comunes de droga eran intervenidos en un operativo con cámaras de televisión del canal 9. Intervenían barrios enteros, callejones famosos. Los comerciantes salían por televisión con sus hijos en brazos. Un periodista cogía sobre una revista una montaña de cocaína y un policía mostraba los paquetes de marihuana frente a las cámaras.
Pero ahí, en su cama, no muy lejos de él, estaba ella. La quería. No por su físico, ni por su condición, nada más era ella, en todo su esplendor, a los veintitantos años, con un olor y una voz propia, unas caderas angostas, una teta más grande que la otra y un polo que nunca se ha quitado en su presencia. De alguna manera que él no había logrado notar, ella lo había atado en unas redes que habían ido creciendo voluntariamente alrededor suyo. Soñaba con ella y luego la olvidaba. Su mente intentaba restarle importancia. Nada de eso dio resultado. Finalmente se dio cuenta de lo que estaba pasando.
Ella se levantó de la cama y se dirigió a la puerta del baño. Al otro extremo, junto a la ventana, él le dio un sorbo a su vaso con ron y gaseosa sin gas. Ella le dio un par de esnifadas a la cocaína sobre una mesa. Dejó el falso donde estaba y se metió al baño. Él se puso de pie, se le bajó la presión. Un fuerte dolor de cabeza. Luego se estabilizó. Caminó hasta la mesa. Lo hizo despacio. Le echó un vistazo a la mesa y fingió que inhalaba. Ella salió del baño.

Pedro Casusol
Agosto 2006